[...]-Estamos en París, hace ya unos meses que los alemanes la tienen ocupada. Las tropas nazis pasan bien por el medio del Arco del Triunfo. En todas partes, como en las Tullerías y esas cosas, está flameando la bandera con la cruz esvástica. Desfilan los soldados, todos rubios, bien lindos, y las chicas francesas los aplauden al pasar. Hay una tropa de pocos soldados que va por una callecita típica, y entra en una carnicería, el carnicero es un viejo de nariz ganchuda, con la cabeza en punta, y un gorrito ahí en el casco puntiagudo.
-Como un rabino.
-Y cara de maldito. Y le viene un miedo bárbaro cuando ve a los soldados que entran y le empiezan a revisar todo.
-¿Qué le revisan?
-Todo, y le encuentran un sótano secreto lleno de mercaderías acaparadas, que por supuesto vienen del mercado negro. Y se junta la chusma afuera del negocio, sobre todo amas de casa, y franceses con gorra, con pinta de obreros, que comentan el arresto del viejo atorrante, y dicen que en Europa ya no va a haber hambre, porque los alemanes van a terminar con los Explotadores del pueblo. Y cuando salen los soldados nazis, al muchacho que los dirige, un teniente jovencito, con cara de muy bueno, una viejita lo abraza, y le dice gracias hijo, o algo así. Pero a todo esto había una camioneta que venía por esa callecita, pero uno que va al lado del que maneja al ver a los soldados o a la gente amontonada le dice al chofer que pare. El chofer tiene una cara de asesino bárbara, medio bizco, cara entre de retardado y de criminal. Y el otro, que se ve que es el que manda, mira para atrás y acomoda una loneta que tapa lo que lle-
van de carga, que es comida acaparada. Y dan marcha atrás y se escapan
de ahí, hasta que el que manda se baja de la camioneta y entra en un
bar típico de París. Es un rengo, tiene uno de los zapatos con una
plataforma altísima, con un remache muy raro, de plata. Habla por teléfono para avisar del agiotista que cayó preso, y cuando va a colgar como saludo dice viva el maquís, porque son todos del maquís. [...]
-Y cara de maldito. Y le viene un miedo bárbaro cuando ve a los soldados que entran y le empiezan a revisar todo.
-¿Qué le revisan?
-Todo, y le encuentran un sótano secreto lleno de mercaderías acaparadas, que por supuesto vienen del mercado negro. Y se junta la chusma afuera del negocio, sobre todo amas de casa, y franceses con gorra, con pinta de obreros, que comentan el arresto del viejo atorrante, y dicen que en Europa ya no va a haber hambre, porque los alemanes van a terminar con los Explotadores del pueblo. Y cuando salen los soldados nazis, al muchacho que los dirige, un teniente jovencito, con cara de muy bueno, una viejita lo abraza, y le dice gracias hijo, o algo así. Pero a todo esto había una camioneta que venía por esa callecita, pero uno que va al lado del que maneja al ver a los soldados o a la gente amontonada le dice al chofer que pare. El chofer tiene una cara de asesino bárbara, medio bizco, cara entre de retardado y de criminal. Y el otro, que se ve que es el que manda, mira para atrás y acomoda una loneta que tapa lo que lle-
van de carga, que es comida acaparada. Y dan marcha atrás y se escapan
de ahí, hasta que el que manda se baja de la camioneta y entra en un
bar típico de París. Es un rengo, tiene uno de los zapatos con una
plataforma altísima, con un remache muy raro, de plata. Habla por teléfono para avisar del agiotista que cayó preso, y cuando va a colgar como saludo dice viva el maquís, porque son todos del maquís. [...]
"El beso de la mujer araña", Cap III, pp 37
Molina, un romántico homosexual.
El beso de la mujer araña es una inquietante historia
sobre la amistad que se desarrolla
entre dos hombres de naturaleza opuesta,
forzados a compartir la celda de una prisión de Buenos Aires.
Una intensa relación se irá tejiendo entre ellos
y les ofrecerá la posibilidad
de
SOBREVIVIR.
MANUEL PUIG Buenos Aires, 1932 - Cuernavaca, 1990.
Elenco: Paul Vega, Rodrigo Sánchez Patiño
Dirección: Chela De Ferrari
Lugar: TEATRO LA PLAZA ISIL
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